En los buenos tiempos uno era el sátrapa amigo de Occidente y otro un canalla divertido. Esos tiempos pasaron y ahora Gadafi, el primero, ya no llamará nunca más “rata” a nadie. Lo encontraron escondido en una cañería, herido, sangrando, lejos del lujo que descubrieron en agosto los que después lo iban a matar.