17 de diciembre de 2010

La rabia más pura

La Tierra se quejó. Lo hizo por tierra, mar y aire. El cielo se cansó de los voladores intrusos y un volcán en Islandia escupió la oscuridad. Todo volvió a la calma durante varios días hasta que la insistencia de los ocupantes venció la resistencia de quien se sabe poderoso.



Quizás fue la rabia la razón que le llevó a llorar, tanto que puso en jaque al sexto país más poblado del planeta. 20 millones de personas consideraron desmedida la respuesta. Quizás no sabían que no era ira lo que mostraba quien vigila día y noche desde lo más alto. Era impotencia.


La que pudo sentir cuando veía extenderse una mancha negra sobre lo que debería ser del azul más puro. Miles de nómadas dejaron de vivir entre el agua y el aire. Y los residentes, en el fondo de los océanos, fueron cubiertos por una manta inesperada. Frustración. Miedo. Temblor...


Demasiado. Así arrasó a quien menos lo merecía. Más de 200.000 pobres luchadores vieron como su naturaleza impostada caía sobre ellos. La mano transformadora, la ocupante, otra vez indefensa. Solo que en esta ocasión fue especialmente cruel. El más fuerte atacó al más débil, sin instrumentos de defensa. Ni antes. Ni después, cuando la desgracia se vistió de cólera entre el millón de castigados que vagaba por lo que quedaba de las calles.


La tierra perdió los nervios y se atacó a sí misma. La furia encendió una chispa entre el verde más puro del territorio europeo más vasto. Cuando quiso solucionarlo era demasiado tarde. Una caballería de color fuego trotó sobre los miles y miles de criaturas del bosque que buscan el Sol. Las llamas tornaron en gris y cubrieron de tristeza parte del continente.


Y, claro, llegó el arrepentimiento. Así es como 33 usurpadores su purgaron en el camino al centro de la Tierra durante una gestación de noches sin fin. Una larga gestación -69 deliberaciones sin acuerdo- devolvió a la vida a aquellos que, no obstante, seguirán agrediendo a la madre naturaleza.


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